ALIX Y MINNIE PART XXI. Un baile en la Corte Rusa.

En todo caso, Miechen acabaría siendo una decidida enemiga de Alexandra. Llegaría el día, en pleno mes de enero de 1917, en que Miechen, buscando apoyos para un eventual golpe de estado palaciego que depusiese a Nicky en favor de su propio hijo Kyril, diría al presidente de la Duma (Parlamento), Mikhail Rodzianko, que la emperatriz debía ser «aniquilada». Rodzianko se quedó impresionado por la forma tan directa en que abordaba el tema la enérgica gran duquesa. Conservando a duras penas su aplomo, el político replicó que la gran duquesa debía permitirle imaginar que esa conversación nunca se había producido, porque, de haberse producido, él, ateniéndose a su juramento de fidelidad, tendría que correr a decirle al emperador que su tía declaraba que se hacía necesario «eliminar» a la emperatriz.

Este hecho refleja a qué grado había llegado el odio de Miechen por Alexandra, pero también hasta qué punto se había generado, incluso en la familia Romanov, la convicción de que eliminar a Alexandra suponía el primer paso imprescindible para salvar a la dinastía rusa. Con Alexandra, se dirigían hacia el colapso total, la absoluta ruína. Muchas personas mejor intencionadas en principio que Miechen trataron de avisar a Alexandra de que lo que sucedía. Lo había intentado, en vano, la mismísima gran duquesa Ella, que llevaba años en su convento. Incluso, haciendo de tripas corazón, la gran duquesa Victoria Feodorovna, Ducky. También Sandro, primo y cuñado de Nicky. Todos habían querido introducir una simple nota de sentido común en la cabeza de Alexandra. Y no lo conseguieron, como más tarde veremos.

La verdad es que si cuando Alix y Minnie se reunían en Hvidore se dedicaban a comparar a las nueras, no cabe la menor duda de que Alix se había llevado la mejor parte. May de Teck, luego Mary de York, luego Mary princesa de Gales y finalmente la reina Mary de Inglaterra, fue una mujer con una absoluta conciencia de sus deberes para con el país en el cual había de reinar su marido. En gran medida, «servir lealmente y con honor» a Inglaterra era el lema vital de May. Para cumplirlo, había estado dispuesta a casarse incluso con el poco atrayente Eddie duque de Clarence. Muerto él, había asumido un nuevo compromiso con Georgie, hermano del anterior, a quien sí llegó a amar sinceramente. May consideraba que se le había ofrecido la ocasión de recibir una corona y sentarse en un trono, en calidad de consorte, para cumplir sus responsabilidades con tal dedicación que todos acabasen diciendo de ella que nadie había encarnado mejor el concepto de realeza.

May.

Nadie puede, hoy en día, dudar de que la cooperación entusiasta de May contribuyó a que su marido Georgie lograse mantenerse al frente de su país incluso a pesar de que les tocó afrontar una de las épocas más convulsas de la historia europea. La Primera Guerra Mundial acabó «barriendo» algunas de las monarquías más señeras de Europa. Pero Inglaterra conservó su sistema monárquico, que, aunque había padecido algunos momentos críticos, incluso salió reforzado. Georgie hizo bien su trabajo. May hizo el suyo de maravilla.

Minnie, en cambio, tendría que vivir lo suficiente para comprobar en primera persona el efecto devastador que su nuera Alexandra tuvo sobre el Imperio ruso. Sería muy simplista echarle la culpa de todo a Alexandra, pero, sin duda, la forma en que ésta había abordado durante décadas su rol de zarina acabó por hacer trizas el respeto hacia la corona.

Alexandra.

Pocas veces participó Alexandra de manera significativa en eventos públicos. Sólo en 1913, con ocasión del tercer centenario de la dinastía Romanov, se hizo presente, a menudo junto a sus hijos, ante la opinión pública. Pero, para entonces, era demasiado tarde: su prestigio ya estaba por los suelos. Muchos amantes de la historia se han sorprendido, a menudo, del extraño paralelismo entre la infortunada reina María Antonieta de Francia y la desgraciada zarina Alexandra Feodorovna de Rusia. Ese paralelismo llama la atención de cualquiera, más allá de algunos detalles simbólicos que producen escalofríos. Por ejemplo: en uno de los salones más utilizados por parte de Nicolás y Alexandra en su Palacio de Alejandro, se veía un bellísimo tapiz de seda al estilo de los Gobelinos que representaba a la pobre María Antonieta con sus hijos, Maria Teresa y Louis, los «niños del Temple». El tapiz había sido un regalo del gobieno francés a la pareja imperial rusa, y, aunque muy bello aparte de valioso, resulta bastante onimosa su presencia en esa casa. Por si no bastase, en su única visita oficial a Francia, Nicolás y Alexandra se alojarían unas noches en el Palacio de Versalles. Para acomodar a Alexandra, se le ofreció la habitación de María Antonieta, con la cama adoselada en la cual había dormido la austríaca guillotinada.

Dejando a un lado esas «anécdotas», las dos parecieron avanzar hacia sus destinos por caminos paralelos. Hay una diferencia importante en el inicio: la bonita María Antonieta fue recibida con extraordinario regocijo en territorio francés, con una serie de alegres recepciones y magníficas fiestas antes de su boda; Alexandra, sin embargo, había llegado a territorio ruso justo mientras se moría un zar, para que sus nuevos súbditos la conociesen cuando avanzaba, envuelta en velos negros, detrás de un ataúd. Pero, a partir de ahí, sorprenden las coincidencias. Por ejemplo: cuando María Antonieta firmó por primera vez con su nombre francés, se le escapó un tremendo manchón de tinta negra encima del nombre; cuando Alexandra se colocó por primera vez una diadema imperial, la persona encargada de sujetársela le clavó sin querer un alfiler en el cuero cabelludo. Cuando María Antonieta, delfina de Francia, realizó su solemne entrada en París para asistir a unos espectaculares fuegos artificiales, se produjo un accidente en las calles atestadas de gente que acabó con la muerte por asfixia de ciento treinta y dos personas. Eso trae a la mente, inevitablemente, lo ocurrido en Khodyanka la noche en que el pueblo moscovita se congregó en la pradera para festejar la coronación de Alexandra.

Muchos de los libelos que aniquilaron por entero la reputación de María Antonieta se redactaron en los elegantes salones de miembros de la familia real francesa (por ejemplo, su cuñado Artois) y de distinguidos cortesanos. Muchos de los libelos que arruinaron la imagen de Alexandra surgieron de la antipatía que suscitaba en numerosos Romanov y en la alta aristocracia rusa, que no le perdonaban su «aislamiento». María Antonieta tuvo una princesa de Lamballe, Alexandra a Anna Vyrubova. En la vida de María Antonieta hubo un cardenal de Rohan, en la de Alexandra aparecería Rasputín. Cada una de ellas acabó pagando el precio de sus errores, que no comprendieron hasta que ya no se podía arreglar nada.
1903 fue un año muy importante para los Romanov. Faltaban apenas diez años para que se festejase por todo lo alto el tercer centenario de la dinastía, inaugurada con la entronizaciónd del entonces jovencísimo Mikhail Romanov en 1613. Resultaba necesario empezar a preparar el terreno.
Uno de los acontecimientos más significativos de entonces lo constituyó un baile de disfraces que tuvo lugar el cuatro de febrero en el Palacio de Invierno de San Petersburgo. Nicolás se decidió a llevar un traje que copiaba uno de los que había empleado, en su época, el zar Alexis I, precisamente hijo de Mikhail Romanov y su mujer, Eudoxia Streshneva. Incluso se sacaron de los depósitos del Kremlin la corona y el cetro de Alexis I, a fín de que pudiese usarlos esa noche su descendiente Nicolás. Para completar el efecto, Alexandra se puso un vestido semejante a los vestidos de corte de María Miloslavskaya, esposa de Alexis I. Se confeccionó con auténtico brocado de oro, cuajado de perlas y de esmeraldas.

Nicolás y Alexandra, ataviados como Alexis I y María Miloslavskaya

Para que os hagáis una idea más exacta del aspecto impresionante que debía ofrecer Alexandra, os añado una bellísima imagen coloreada que encontré de pura casualidad en el AP Forum.

En ese baile, todos los Romanov estuvieron a la altura de las circunstancias:

Ella, hermana de Alexandra, con su marido Gega, tío de Nicolás.

Ella en versión coloreada, cortesía del AP Forum.

Xenia en versión coloreada, cortesía del AP Forum.

Miechen en versión coloreada, cortesía del AP Forum.

A decir verdad, ese baile concreto constituyó la única ocasión en que Alexandra brilló como anfitriona. Y, sin embargo, ni siquiera la idea era novedosa. Los bailes de disfraces constituían una de las ideas más en boga por entonces. La propia tía Miechen se había adelantado a Alexandra, pues unos años antes había celebrado el Baile Vladimirovich también en trajes tradicionales en versión de lujo.

Minnie (kalliope)

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